Tradición en cada esquina: los huariques del Rímac
Emolientes cantados, ceviches ardientes y postres limeños: Así se celebra la vida en los huariques del Rímac, el corazón histórico de Lima.
En el Rímac, la tradición y el sabor caminan de la mano. No hacen falta letreros luminosos ni grandes campañas: aquí los aromas son la mejor invitación.
De los carritos de emolientes a los huariques caseros, cada esquina guarda una historia y un plato que abrazan el alma.
Manuel Rojas, más conocido como "Manuelito, el emolientero cantor", recorre desde el amanecer las calles rimenses. Su carrito rebosa de quinua, linaza, cebada y soya, pero también de canciones.
Cada sábado y domingo, deja el mandil para enfundarse el traje colorido y hacer vibrar a su público como cantante de folklore. Emoliente y arte, todo en una misma persona.
A unas cuadras, Karlonchito, dueño del huarique que lleva su nombre, ofrece sabores de casa. Su ceviche ardiente, el apatadito ganador de Mistura y su bistec a lo pobre crujiente han conquistado a los vecinos del distrito.
Aquí, el arroz se sirve meloso, el pato se macera con loche y el cliente es tratado como familia.
Pero no todo es salado. En "La Flor de la Canela", Giovana Vega endulza la vida con postres limeños tradicionales.
Suspiros a la limeña, ranfañotes y gelatinas de algas cuentan historias de antaño y resisten el paso del tiempo.
El Rímac está vivo. Late en cada plato servido, en cada canción cantada, en cada historia compartida.
Sus huariques no son solo espacios para comer, sino rincones donde la tradición se celebra, se preserva y se saborea con orgullo.